La violencia en la infancia y la adolescencia: ¿nacen o se hacen?
- monmartinezpsicolo
- 27 sept
- 2 Min. de lectura
La pregunta es frecuente: “¿Los niños nacen violentos o aprenden a serlo?” Padres, madres, educadores y profesionales se enfrentan a menudo a esta inquietud, sobre todo cuando observan conductas agresivas en la infancia o en la adolescencia.
La respuesta de la ciencia es clara: los niños no nacen violentos. La violencia no es un rasgo innato, sino el resultado de una interacción entre factores biológicos, sociales y emocionales. Lo importante es que sí podemos prevenirla y acompañar su transformación.

🔎 Factores biológicos y desarrollo
Estudios en neurociencia (Blair, 2013; Glenn & Raine, 2014) muestran que ciertas diferencias cerebrales —por ejemplo, en la amígdala o la corteza prefrontal— pueden predisponer a dificultades en la empatía o el control emocional. Sin embargo, esto no significa que un niño esté “destinado” a ser violento. Estas vulnerabilidades son solo factores de riesgo, que cobran forma según el contexto en el que el menor crezca.
En los primeros años de vida, es habitual que los niños muestren impulsividad o rabietas. Con acompañamiento afectivo, normas claras y modelos positivos, esa energía se canaliza de manera constructiva. Así, lo que podría ser una conducta agresiva se convierte en fortaleza, autocontrol y resiliencia (Moffitt, 1993; Dodge & Pettit, 2003).
👀 Aprendizaje social: el espejo cotidiano
Albert Bandura (1973) demostró que los niños aprenden observando. Si ven que los adultos utilizan la violencia para resolver conflictos, tenderán a repetir ese patrón. En cambio, cuando cuentan con referentes que practican el diálogo, la empatía y la cooperación, estos valores se refuerzan.
La violencia, por tanto, no es genética ni inevitable: se aprende y se transmite en la vida diaria.
🧩 El bullying como dinámica relacional
El bullying es una manifestación de esta violencia aprendida en clave de poder. No ocurre porque los niños sean “malos”, sino porque en el grupo se instauran dinámicas de dominación y silencio que permiten que la situación se mantenga (Olweus, 1993/2013). Aquí el rol de las familias, la escuela y la comunidad es clave: intervenir, visibilizar y acompañar.
🌱 Prevención y esperanza
La buena noticia es que la violencia se puede prevenir. Programas de educación emocional, mediación escolar y actividades de cooperación han demostrado su eficacia en reducir estas conductas y promover una convivencia más sana (Espelage & Swearer, 2010; Tremblay, 2010).
💡 Educar en empatía, respeto y diálogo no solo previene la violencia: construye espacios seguros donde crecer con confianza.
📚 Referencias
Bandura, A. (1973). Aggression: A social learning analysis. Prentice Hall.
Blair, R. J. R. (2013). The neurobiology of psychopathic traits in youths. Nature Reviews Neuroscience, 14(11), 786–799.
Dodge, K. A., & Pettit, G. S. (2003). A biopsychosocial model of the development of chronic conduct problems in adolescence. Developmental Psychology, 39(2), 349–371.
Espelage, D. L., & Swearer, S. M. (2010). Bullying in North American schools. Routledge.
Moffitt, T. E. (1993). Adolescence-limited and life-course-persistent antisocial behavior: A developmental taxonomy. Psychological Review, 100(4), 674–701.
Olweus, D. (1993/2013). Bullying at school: What we know and what we can do. Blackwell.
Tremblay, R. E. (2010). Developmental origins of disruptive behaviour problems: The ‘original sin’ hypothesis, epigenetics and their consequences for prevention. Journal of Child Psychology and Psychiatry, 51(4), 341–367.





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